De Oniriztlán [1] para el mundo, viene esta nueva garuba [2] con interesantes mensajes. Se llama…
Estoy en un túnel y la única luz es artificial. La atmósfera es mortecina, de tonos grises y verdes. Hay dos hombres conmigo: los protagonistas de “Rápido y furioso”. Por una razón que sólo la buinda [4] explica, soy pareja de uno de ellos y, pa’ colmo, lo engaño con el pelón. Pero el engañado ha descubierto todo y adivinen cómo está… está furioso 😀 .
El pelón siente rabia contra mí por el enojo de su amigo (¡¿?!) y empieza a reclamarme que nos haya descubierto, mientras me mira indignado, con cara de pujido:
Por temor a su amigo, el pelón decide huir y me arrastra consigo. La furia hacia mí le da un impulso que lo hace volar en el túnel, y a mí con él. Yo estoy totalmente involucrada en su emocionalidad y hasta intento explicarme con él. Siento miedo, confusión y mucha adrenalina, lo cual aumenta cuando él me golpea dos veces contra la pared y, casi enseguida, me grita:
“¡Tú ni siquiera has querido ser mi sirvienta y él, en cambio, me lo perdona todo!”.
Al escuchar esto me congela la sorpresa y lo miro atónita.
¡En ese instante me doy cuenta del absurdo! Anda conmigo, pero me desprecia, y está convencido que debo estar a su servicio. De ahí su indignación ¡y sus golpes!, claro está. Ante sus ojos, no sólo incumplo con mi deber, sino que lo hago quedar mal con su amigo al ponerle el cuerno con él (¡¿?!).
Todo es mi culpa, su amigo es muy bueno, él sufre por perderlo y yo merezco castigo. Ese guión de novela es el que agita su furia: el romance lo sostiene él con su amigo y la villana soy yo.
Al ver que mi miedo cambió por desconcierto y ya no hay en mí con qué complementar su ira, me deja caer y se olvida de mí, siguiendo solo su viaje de furia.
Yo, parada en el túnel, sé que el peligro pasó. Lo veo a él seguir de largo, continuando su discurso de “emocionalidad lastimada”, de “ofendidez”, pero ya no contra mí, sino en abstracto, como algo que inevitablemente sale en ráfaga de su boca.
En ese sentido, pareció no hacer diferencia mi ausencia.
A unos metros detrás, lo persigue el otro. Lo veo pasar frente a mí, también furioso.
Mientras se alejan en persecución, noto que yo he salido ya de esa sintonía. Ese drama ya me es ajeno.
Estando en el piso, ya en firme, camino a mi ritmo, confiada y satisfecha conmigo. Veo entonces, a lo lejos, una luz que entra por un costado del túnel. Es una luz clara y natural: me doy cuenta que es una salida y prosigo mi camino hacia ella.
Pues bien, esta garuba me muestra tres cosas: el absurdo de la violencia masculina, mi involucramiento en ella y mi progreso en zafarme de ahí.
A partir de una cuestión delicada -la confianza de un hombre en su novia y en su amigo es traicionada cuando ambos le ponen el cuerno- se desata un drama de evidente tono ridículo y una situación de violencia.
En primer lugar, se muestra al hombre que traiciona, y no al traicionado, reclamándole a la mujer por el acto que él cometió junto con ella. Con toda espontaneidad la hace a ella responsable por la conducta de ambos y se posiciona como víctima. Dice mucho el hecho de que ella no le haga a él el mismo reclamo. Por el contrario, atiende a su diatriba y, en un momento, hasta intenta darle explicaciones.
Ya desde aquí la garuba evidencia el absurdo como ingrediente base de las interacciones que presenta. Desde aquí también muestra un paralelismo con el cotidiano de una cultura sexista, donde impera una densa vigilia [5].
Por más disparatada que parezca, o mejor dicho, precisamente por el disparate que muestra, la situación del sueño se halla en consonancia con las leyes del patriarcado, estando ésta entre las primeras: “Si hay un conflicto que involucra a mujeres y hombres, ellas, de antemano, son las culpables”. Bajo tal premisa, como en el sueño, los hombres logran, con frecuencia, desembarazarse de toda responsabilidad y, al mismo tiempo, ser juez y parte, y las mujeres aceptan someterse a sus juicios y reclamos y/o a los de un entorno social machista. Es a mi cómplice en el engaño, y no al engañado, a quien la garuba muestra haciéndome reclamos, y lo hace para enfatizar, mediante esa exageración, el sinsentido del trato que recibimos y aceptamos las mujeres en una cultura de dominio masculino.
Es relevante que la mujer en el sueño sea yo misma, pues me habilita para vivirme en ese rol, en el de una integrante del absurdo: con la emoción anunciándome que algo no está bien, pero la “razón” nublada siguiendo la corriente, pues a ello fue acostumbrada.
Por otro lado, no es casual que todo se desarrolle en un túnel, bajo luz artificial. Esto remite a lo opresivo del patriarcado, lo arbitrario -artificial- de sus normas y la atmósfera sombría que genera. En ese ambiente apagado, lo único que brilla es la ira, descontrolada sólo en apariencia, pues tiene el objetivo claro de conservar una hermandad tóxica entre hombres y aplastar a las mujeres, no siendo posible una cosa sin la otra.
Pues bien, yo sigo el juego, prestando mucha atención a los reclamos del pelón y hasta aceptando sus golpes: me paraliza un miedo nacido de la autoridad que le reconozco a él sobre mí. Una autoridad que toda la estructura social impone sobre las mujeres y de la que no es fácil zafarse, pero sí posible.
Mi despertar llega cuando el absurdo alcanza tal punto que se muestra como es y no logra sostenerse más. Ahí es cuando me impacta de golpe la ridiculez de lo que estoy viviendo. No hay nada serio en esa autoridad masculina, no hay nada real: es un circo grotesco del que yo he decidido participar.
En ese instante, el pelón me deja caer, pero, en realidad, yo me desengancho: me libero de esa emoción que hacía juego con la suya. Veo, al fin, la farsa, y eso rompe el hechizo. Ya no devuelvo al agresor una imagen agrandada de sí mismo, ésa de la que hablaba Virginia Woolf[6]. Su autoridad se disuelve con mi miedo y sólo quedo yo, en pie y con una sensación de plenitud.
Cuando pasa el segundo hombre frente a mí y veo a ambos alejarse, envueltos en el drama que aún resuena con ellos, siento asombro ante ese espectáculo que me despierta ahora algo de risa y compasión.
Al final, la luz natural me anuncia la salida y disfruto su belleza mientras camino hacia ella. En contraste con el ambiente artificial del túnel, esa luz me habla de la expansión que viviré fuera de las lógicas de la violencia [7], y de cómo mientras avanzo en esa dirección, más ligera y disfrutable se torna mi existencia.
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[1] Oniriztlán es la tierra de los sueños, también conocida como “subconsciente decolonial”, porque nos entrega enseñanzas que sirven para liberar a nuestra psique de la colonización del patriarcado. En esta narración se usarán algunos conceptos que forman parte del glosario de Oniriztlán. Aunque les ofrezco aquí sus definiciones, recomiendo la lectura de “Oniriztlán, el subconsciente decolonial” para entenderlos mejor.
[2] Garuba es “la forma de decir ‘sueño’ en Oniriztlán”.
[3] Bromance: Término que nació en Estados Unidos para hablar de esas apasionadas relaciones de “amistad” que con frecuencia surgen entre hombres heterosexuales, quienes, en ese país suelen referirsr el uno al otro con el término “Bro” (abreviación de “brother”, es decir, “hermano”). “Bromance” alude a esa relación aparentemente hetera entre hombres que, por lo fogosa que es, tiene fuertes tintes de Romance…. De ahí el “Bromance”. Vale decir que el fenómeno del Bromance es muy frecuente. Podríamos decir que forma parte de la normalidad de la así llamada amistad masculina y dado que en el mundo hispanoparlante muchos hombres heteros han elegido adoptar el término “bro” del inglés para referirse a sus amigos, he considerado adecuado usar este término en el texto.
[4] Buinda es “la lógica inasible del subconsciente decolonial”, es decir, es una lógica que opera sólo en sueños y que es difícil de descifrar durante la vigilia.
[5] Densa vigilia es “una vigilia muy saturada de patriarcado”.
[6] En su obra “Un cuarto propio”.
[7] Aunque la violencia en el sueño se ilustra bajo una dinámica de pareja, en realidad, se refiere a cualquier tipo de violencia machista y particularmente a la que ejercen los hombres, que es también la más frecuente y socialmente legitimada (cabe la aclaración porque el machismo es parte de la cultura y está, por tanto, en hombres y mujeres, pero suele expresarse de formas distintas).