Mis ancestras me contaron que padecieron la enfermedad de la tristeza. Unas a otras se pasaron, a través del tejido, sus soledades, apremios y tibiezas. Amamantadas con el seno del miedo, también nutridas con desamparo y desconsuelo; acurrucadas con la frustración y el no merecimiento. Soledades contenidas en los brazos de lo incierto.
Mis ancestras me contaron que esa enfermedad podía devorar completamente el alma de cualquier mujer hasta hacerla sentir seca y sin vida, como un fantasma vacío e inexistente. La enfermedad de la tristeza podía arrasar con todo lo que una mujer poseyera y arrebatarle todo su tiempo, esperanzas y sueños; alejándola de mantener su vientre lluvioso y cálido, como una selva de amaneceres en verano.
Mis ancestras me contaron, que si esta enfermedad era padecida por una madre antigua, no había forma de evitar que esa tristeza fuese heredada a sus hijas. Sin embargo, toda mujer debía saber que si en ella estaba presente la enfermedad de la tristeza, además, había recibido en su vientre una fuerza volcánica incalculable, igual a un fuego abrazador capaz de alquimizar cualquier desamor del alma y pintar de rojo los atardeceres más fríos y nostálgicos.
Mis ancestras me contaron que así como hay millares de estrellas en el cielo, el corazón de una mujer sembrado con la semilla de la tristeza, por herencia, contenía millares de estrellas que, como puntos fulgurantes de amor alquímico, jamás dejaban de brillar para ella desde su firmamento interior. Por lo tanto, si una mujer era capaz de abrir sus ojos, desabotonar su corazón y lanzar con su alma la enfermedad de la tristeza, ésta podía pasar a ser parte de sus memorias, sin arrebatarle el menor calor a la vida.
Mis ancestras me contaron -muchos días y muchas noches me repitieron en sueños- que no hacía falta odiar ni intentar hacer ojos ciegos u oídos sordos a la enfermedad de la tristeza. Ellas dijeron: Deja que esa herencia sea tu fortaleza y, desde ella, aférrate aun con más fuerza a este tiempo en presencia. Cada día, en cuanto despiertes, haz el único juramento que serás capaz de cumplir de por vida, que es el hacer todo lo humanamente posible para crear amor, felicidad y paz alrededor de ti misma.
Mis ancestras me contaron que la enfermedad de la tristeza podía sanar, únicamente, si una mujer habitaba su alma con infinitud y soberanía, y siendo capaz de conectarse de regreso a su magia en ésta y en todas las próximas vidas…
Desconozco quién es la autora de este escrito, pero describe muy bien el sentimiento que me evocan mis ancestras, así que lo tomé prestado para ellas, con todo mi amor.
Por el rol que tuvieron que jugar para que yo esté aquí; por la vida de sumisión, de carencias, de enfermedades y de ignorancia que tuvieron qué soportar a causa de este cáncer patriarcal que, hasta nuestros días, aqueja a la humanidad, deseo honrarlas y liberarlas de esas carencias, miedos y dolores:
Que la tristeza que ustedes me heredaron, se transforme en valor y libertad para mí y para mis hermanas; que se libere el dolor de todas ustedes a través de mí; que pueda obtener, en su honor, las recompensas que ustedes no recibieron.
Queridas mujeres de mi clan, por el tiempo que estuvieron ahí para mí: ¡Gracias!
A todas las almas que vibraron en femenino en mi clan: GRACIAS.
A partir de este año y hasta que deje de existir en este plano, encenderé una luz en mi ofrenda, con todo amor y agradecimiento, para ustedes, queridas ancestras. Seguramente, se me escaparán unas lágrimas de tristeza, pero será de esa tristeza que se transforma en magia.
Texto y dibujo: Delia María Reyes Vázquez